jueves, 2 de febrero de 2012

La isla de Benidorm y la leyenda del gigante Roldán

"Se abrazó a ella para, con su cuerpo, seguirla amparando y protegiendo por toda la eternidad".


Desde niño, hay una estampa que se ha repetido Semana Santa tras Semana Santa delante de mis ojos. Una estampa con la que muchos hemos crecido y hemos convivido y que figura en el fondo de nuestros más valiosos recuerdos vacacionales. Una imagen que se ha ido apoderando de mi corazón, hasta límites insospechados, hasta llegar a quererla y extrañarla, hasta llegar a amarla como se puede llegar a amar a una tierra natal. Aquel horizonte azul que, marcado por el Sol de Levante, por el suave ruido del oleaje, las gaviotas y los barcos, se salpicaba de manera inigualable con un icono de forma triangular en la proyección levantina. Aquella isla que marcaba el principio de las vacaciones, que indicaba el fin de la travesía de horas y horas de interminable carretera, señal inequívoca de haber alcanzado aquel mar bañado por los apacibles a la vez que poderos rayos del Sol de Costa Blanca. La misma isla que nuestros ojos intentaban memorizar, fotografiar en negativo por última vez con un pestañeo rápido aquel último día en que nuestros pies se sabían descansando sobre aquella arena, mezcla de gentes de todos los rincones del planeta, momento en el que, muy a nuestro pesar, les decíamos hasta luego, nunca adiós pues ya nos sabíamos prendados y enganchados de aquel aroma con rezumo especial.

Así pues, es esta isla benidormense la guinda de su estampa, la que le confiere esa singularidad única y distinguible de cualquier otro paisaje marítimo en el mundo. La pequeña isla, también llamada isla de los periodistas, posee un elevado interés ecológico, paisajístico y medioambiental. Situada a unas dos millas náuticas del puerto de Benidorm, en el año 1834 la isla servía como refugio a varias familias de Benidorm y Villajoyosa, huidas de sus poblaciones ante una epidemia de cólera. Siglos antes, los piratas la utilizaban como base para sus ataques a poblaciones costeras.


Pero esta pequeña isla, además de poseer historia, de ofrecernos su belleza y de dibujar con su contorno esa silueta inconfundible, contiene una leyenda que una vez mis padres y hermanas me contaron en el coche cuando nos aproximábamos a llegar a Benidorm, ya pudiendo contemplar por la ventanilla el Puig Campana. Esta montaña, situada a 10 kilómetros de la costa benidormense, forma parte de las Cordilleras Prebéticas y presenta en su cima una cuchillada o tajo de difícil comprensión para el observador. Desde un primer momento, su leyenda me transportó a un mundo de fantasía con el que, aún a día de hoy, mi mente disfruta imaginando cada vez que vuelve a pasearse por aquellos lares.

Y es que, cuenta la leyenda, que en la ladera de el Puig Campana hubo una vez un gigante llamado Roldán, dueño y señor de todo aquello, que vivía en una cabaña que él mismo había construido. Tenía todo lo que un gigante de sus características podía necesitar, pero no era feliz, le faltaba el amor. Cuentan que un día conoció a una bella joven de la que quedó perdidamente enamorado. Aquel amor resultó ser mutuo y ambos vivieron su romance en la cabaña del gigante. Desde aquel día, Roldán hacía todo lo posible por complacer a su amada, dándole toda clase de caprichos y comodidades para que se sintiera afortunada y feliz.


Pero un día, Roldán volvió a su cabaña y se cruzó con un viejo mago que le dijo que a su bella doncella le quedaban muy pocas horas de vida... justo las que quedaban para que el Sol se pusiese por la ladera de la montaña. Al final del día su joven amada moriría sin remedio. Roldán partió corriendo hacia su cabaña y comprobó cómo su amada poco a poco se iba apagando. Conforme pasaban las horas y el Sol bajaba, ella se encontraba peor.


Ante la impotencia, el coloso salió furioso a recriminarle al Sol. Entonces, recordó la frase del viejo mago "cuando se oculte el Sol morirá". Enfurecido salió corriendo hacia la cumbre del Puig Campana y de un puntapié rompió un trozo de montaña dejando así pasar el Sol unos minutos más.


Bajó corriendo en busca de su amada para intentar alargar su vida el máximo tiempo posible y, sin embargo, el Sol no tardó en ponerse. Era tal el amor que le profesaba que Roldán no pudo dejarla allí sin más, por lo que se dirigió como un sonámbulo hacia el mar en busca de la Luna con la esperanza de que su luz pudiera revivirla. Al no funcionar, la enterró en el nuevo islote y se quedó junto a ella el resto de sus días. 









No hay comentarios:

Publicar un comentario